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El pan guarda el fuego crepitante que encendieron los antepasados, libera sus voces, el murmullo de la gente que transita estaciones, y guarda celosamente la herencia de la tradición.

El principal factor para mantener la tradición panadera de la villa, es la vocación de sus artífices, que se han resistido a abandonar la forma artesanal de la fabricación. Si bien se han incorporado a las nuevas tecnologías, los nuevos productos y los avances imprescindibles de la época, no dejan de formar panes a mano, no dejan de usar el “trigo do país”. Ese ingrediente maravilloso, rescatado en la última fase de su desaparición. Imprescindible para mantener viva la tradición, porque sin él no existiría el verdadero pan gallego, sólo nos quedaría decir pan hecho en Galicia, pero no el de siempre, el antiguo, el que al morder el primer bocado, nos remonta a las tradiciones de los sacos de trigo en los carros llegando al molino de agua, luego la partida de los sacos de harina, en que se convirtieron aquellos granos celosamente cultivados. El llegar al obrador, donde aguardan las manos artesanas, capaces de formar masas de leudar lento, y sabores exquisitos, marcados por la diferencia de los rincones más profundos de la tierra, donde el hombre se funde en su entorno y sabe rescatar los aromas ancestrales de los productos más nobles que la naturaleza ofrece.

En la actualidad, se compra la harina del país en Ourense, donde ya hay extensiones dedicadas a este cultivo. Se va en persona, se mira la calidad, se dedica tiempo, esfuerzo y ganas de trabajar con las mejores materias primas, que siempre nos han avalado. Seguiremos haciéndolo, sin reparar en llevar a cabo todo lo necesario, para que se note la diferencia en el producto elaborado. “De la mejor materia prima, se obtiene el mejor producto.”

LANUEVA

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